La neblina turbia, como requisito para el amanecer. Xalapa se distingue por su clima aturdidor. Se camina por las calles con ganas de pensar que el agua no moja tu calzar. El parque Juárez, distinguido y transitado, deja ver cómo sus paseantes se despejan del estrés.
Sentar en la banca no es un opción, mojada, helada, y a veces ansiosa. Se ve pasar a la multitud a prisa, observando su alrededor en busca de un distractor. Sentada frente al puesto de esquites veo a las personas pasar, temidas y asombradas por la presencia de alguien sentada a medio parque con ese clima apresurante. Van y vienen niños y señoras tras ellos, estudiantes asediando la palabra güey al final de cada oración. Es indispensable la presencia del saltar del agua como consecuencias de los pasos apabullantes de la gente, en contraste con los ancianos quienes buscan un atajo para su cansancio y una distracción para la monotonía.
El ruido de una flauta interrumpe el sonar de las pocas aves presentes, viene desde la acera de enfrente, acompañada de un danzante y el típico utensilio donde deberán colocarse las monedas. Los sonidos se mezclan y crean la atmósfera de un domingo familiar cualquiera en el parque, ya que sea el día que fuere es admirable el número de personas que pasean por aquí. Es así como se presencia una clásica escena de la familia mexicana como en las películas de los 80, claro está, con sus respectivas modificaciones de las familias de hoy día. Alguien se acerca y dice: Está bueno, ¿verdad? Refiriéndose al clima, que a su criterio no permite estar como observador en éste lugar. Mi respuesta, un simple sí. Se aleja el hombre y continúo mi labor. Con las mismas constantes veo ir y venir personas desconocidas que hasta comunes me resultan ya. Con el transcurrir del tiempo y por lógica jalapeña, mi tenis se humedecen, el cabello se moja al igual que la hoja donde he anotado.
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